sábado, 13 de julio de 2013

EL NIÑO DEL HELADO



El niño del helado

Todas las tardes, se sentaba en una antigua escalera ya inutilizada que había en la playa.

Era pequeño, no tendría más de 9 o 10 años. A esas horas, sobre las 6 de la tarde, se tomaba un polo de esos largos de muchos colores. El `principio del helado, lo tomaba a toda velocidad, y cuando llegaba a un determinado color aflojaba el ritmo y lo tomaba despacito, para que le durase más.

Lo que me llamaba la atención era, la cara de tristeza que tenía, me parecía que a un niño tan pequeño  no le debería pasar nada tan importante que le hiciese estar así, sobre todo un día detrás de otro.

Decidí sentarme a su lado, y lo hice, me miró pero no me dijo nada, sólo se corrió un poco para dejarme mas sitio y estuviese más cómoda.

Decidí no decirle nada, simplemente esta a su lado, por miedo a espantarle y que se marchase.

Al cabo de varios días, me decidí a preguntarle  cómo se llamaba, y me dijo que Javier, por entablar una conversación con él, le dije que tenía un nombre muy bonito, me miró con una cara especial y me  contestó que no lo gustaba mucho pues le llamaban Javierín y le parecía horrible.

Casi, casi, le di la razón, tampoco a mí me gustaba el diminutivo, De repente, se levantó y se fue, debió considerar que ya estaba bien por aquél día.

Al día siguiente, fui yo la que me senté primero en la escalera y al cabo de un rato, apareció él, con su consiguiente helado y se sentó a mi lado.

Me preguntó por qué siendo yo una persona mayor, me sentaba con un canijo como él, así le llamaba su padre, le contesté que también se aprendían cosas de personajes tan pequeños, que debido a mi edad, yo me había olvidado de lo que pensaba cuando tenía 10 años, y que me interesaba saberlo, para así entender mejor a los niños de su edad.

Se quedó un poco asombrado y me preguntó sí con el paso de los años, nos vamos deshaciendo de los recuerdos. Era una pregunta un tanto extraña para un niño de esa edad. Le conteste, que la vida te iba enseñando a elegir entre los recuerdos, lo que de verdad quieres conservar.

Después le pregunté el motivo de su tristeza, Me contó que tenía una gaviota amiga, a la que todos los días le daba trocitos de su bocadillo.

Una tarde, apareció con un ala rota, subió corriendo a su casa y cogió una venda con la que curarla, creyendo que de esa forma el ala podría volver a usarla para volar. La metió en una caja de cartón y la protegió debajo de una barca que estaba amarrada en la playa. Todos los días, le bajaba comida y bebida.Pero un día, cuando fue a buscarla, la caja no estaba y se indignó con los que limpiaban la playa, cuando le dijeron que la gaviota la tiraron al agua porque se estaba muriendo y la caja se la llevaron.

Lo vi. tan apenado, que le dije que cuando las gaviotas están a punto de morir, remontan el vuelo y se van al cementerio que tienen para ellas, para morir en paz.

Me `preguntó que cómo era, y yo le respondí que era en una isla en medio del Océano, llena de flores de todos los colores, donde eran felices para toda la eternidad.

La mirada del niño se iluminó y dando un brinco, se fue todo contento a jugar con los amigos de su edad.

Desde aquél día, no volví a verle nunca más triste, aunque nos saludábamos todos los días con cariño.

! Qué poco hace falta para hacer feliz a un niño!

Pilar